La discusión sobre los celulares y los niños ha sido un espacio de opiniones de todo tipo, donde la percepción de un padre contrasta con la experiencia de un docente. Pero ahora, por primera vez en Colombia, tenemos datos.
Un robusto estudio realizado en 25 colegios del país, con la participación de casi 8.000 estudiantes, entrega luces de parte del escenario: los colegios que restringen los celulares ven una mejora académica y de convivencia casi inmediata, pero esta victoria en el aula enmascara una crisis de bienestar mucho más profunda que se gesta en los hogares.
El debate, por un lado, ya no es si prohibir o permitir, sino qué hacemos con el tiempo que esa prohibición nos compra.Y por el otro, ampliar la investigación a otros escenarios, teniendo en cuenta que el estudio fue realizado por la Unión de Colegios Internacionales de Bogotá (Uncoli) que es compuesta por instituciones educativas privadas de élite, de alto costo, y con un marcado enfoque internacional.
Estos colegios están ubicados geográficamente en el norte de Bogotá y en los municipios de La Sabana (como Chía o Cota). Se caracterizan por ser bilingües o multilingües, operar en su mayoría en Calendario B, y ofrecer programas de acreditación global como el Bachillerato Internacional (IB). El perfil socioeconómico de las familias que asisten a estos colegios es alto (estratos 5 y 6), y sus estudiantes suelen tener pleno acceso a conectividad y dispositivos tecnológicos de última generación.
Es decir, aunque son relevantes, los hallazgos del estudio no son representativos de la totalidad de Colombia, sino de un segmento poblacional muy específico y reducido. Se trata de solo un fragmento del gran cuadro que es Colombia. El riesgo de exclusión radica en aplicar esta misma política de prohibición a contextos vulnerables o públicos, donde el celular no es un dispositivo de ocio sino, a menudo, la única ventana al mundo y la única herramienta tecnológica disponible. Una política de prohibición universal, basada en un estudio de un segmento privilegiado, agravaría la brecha digital y excluiría a los estudiantes del sector público del acceso a la información y al desarrollo de competencias digitales.

En el país, según el Dane, en 2023 –que es el dato más reciente– cerca de 80 % de estudiantes se centran en colegios públicos y el 20 % en privados (estimado por la matrícula en públicas vs. total).
Mientras que en Bogotá, el Sistema Integrado de Matrícula (SIMAT) de la Secretaría de Educación Distrital (SED) reporta que al 30 de septiembre de 2025, el total de estudiantes matriculados en el sistema educativo oficial del Distrito era de 687.524. En el sector privado (no oficial), no hay datos recientes, aunque la según el Boletín Express 2024 de la SED (con datos corte a abril de 2023), reportaba que en Bogotá fueron atendidos 442.251 estudiantes del sector no oficial, lo que representaba el 37,3% de la matrícula total de la ciudad en ese momento.
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¿Qué dice el estudio de Uncoli sobre el uso de celulares en el colegio?
Cuando se les pregunta a los adultos, el consenso es muestra que el 94 % de padres y madres, y el 89 % del cuerpo docente apoyan la restricción de celulares en el aula.
Para docentes, esta medida no es un capricho de poder; es una herramienta de supervivencia pedagógica. Tras implementar las restricciones, docentes reporta un cambio drástico:
- 61 % observa mayor concentración.
- 61 % reporta menos distracciones.
- 52 % ve mayor participación en clase.
La métrica más relevante, sin embargo, ocurre fuera del salón. Un 66 % de los profesores nota más interacción social en los recreos.
Pensemos en esto. El patio del colegio, que se había convertido en una colección de islas individuales iluminadas por pantallas, vuelve a ser un espacio de ruido, de socialización torpe, de negociación y de aburrimiento compartido. La restricción, en este sentido, actúa como un dique que contiene la marea digital, permitiendo que florezcan de nuevo las interacciones humanas básicas. La escuela se convierte en un oasis analógico donde las reglas de la atención y la socialización vuelven a tener sentido. Como sucede con los restaurantes donde piden a sus comensales guardar los teléfonos.
Hallazgos del estudio de Uncoli sobre uso de celulares
| Categoría | Datos |
| 1. Acceso temprano y Uso | * 85 % de los estudiantes entre 5º y 11º grado tiene celular. * Edad promedio de entrega: 12 años. * Edad considerada apropiada por los padres: 14 años. * 62 % de los padres entrega el celular antes de la edad que considera adecuada. * 87 % de los estudiantes tiene al menos una red social (TikTok: 39 %, Instagram: 28 %). * 45 % revisa sus redes sociales “varias veces por hora”. |
| 2. Impacto en el Aprendizaje | * Alto apoyo a la restricción en el aula: 94 % de padres y 89 % de profesores. * Mejoras reportadas por profesores (tras la restricción): • 61 % reporta mayor concentración. • 61 % reporta menos distracciones. • 52 % reporta mayor participación. • 66 % reporta más interacción en recreos. Estudiantes también perciben cambios positivos, aunque en menor medida. |
| 3. Bienestar emocional y Ansiedad | * Las mujeres presentan niveles de ansiedad más altos que los hombres (diferencia significativa desde los 11 años). * A mayor uso de redes sociales, se reportan niveles más altos de ansiedad. * Los padres no perciben con claridad estas diferencias de ansiedad entre géneros. * Los hombres reportan mayor bienestar general. |
| 4. Autorregulación y uso emocional | * Muchos estudiantes (especialmente mujeres adolescentes) usan el celular como un mecanismo de escape emocional. * A mayor edad, se reportan mayores dificultades para autorregularse en el uso. * Estudiantes perciben menos restricciones en casa que en el colegio. * Padres y madres creen establecer restricciones que sus hijos no perciben. |
| 5. Percepciones de la comunidad | * Preocupaciones principales de padre y madres: 1. Desempeño académico (37 %) 2. Ciberacoso (23 %) 3. Contenido inapropiado (16 %) 4. Salud mental (10.3 %) * Padres, madres y profesores coinciden en apoyar la regulación, pero difieren en la percepción de los impactos. |
El caso de Australia refuerza esta visión. Dos años después de implementar prohibiciones a nivel estatal, un análisis de The Guardian señala que los impactos son claros: mejoras en el aprendizaje, reducción del ciberacoso durante el horario escolar y aulas más tranquilas.
Si la meta fuera, simplemente, crear un ambiente de aprendizaje más eficiente, la discusión terminaría aquí. Pero los datos del estudio colombiano sobre bienestar nos dicen que la historia apenas comienza.
La “brecha del arrepentimiento” y la ansiedad silenciosa
El estudio pone sobre la mesa la obediencia escolar y encuentra una realidad emocional a la que hay que prestar atención con urgencia (especialmente de cara a las niñas). El problema no es el dispositivo en sí, sino el ecosistema emocional en el que se entrega.
Primero, está la “brecha del arrepentimiento”: en casa entregan el primer celular a sus hijos, en promedio, a los 12 años. Sin embargo, esos mismos padres y madres consideran que la edad apropiada serían los 14 años. Ese 62 % que admite haber cedido “antes de tiempo” ilustra la inmensa presión social (el FOMO de padres y madres) y la abdicación de la crianza frente a la conveniencia.
Entregamos un dispositivo de alta potencia justo en el umbral de la adolescencia, esa etapa psicológicamente sensible de construcción de identidad y comparación social. Y los resultados son los esperados.
El tema de la autorregulación es el talón de Aquilos. Contrario a lo que creemos —que con la edad “aprenderán a manejarlo“— el estudio muestra que a mayor edad, mayores son las dificultades para autorregularse.
Aquí está el núcleo del problema. Muchos estudiantes, especialmente mujeres adolescentes, no usan el celular para conectarse o crear; lo usan como un mecanismo de escape emocional. Es un chupo digital para calmar la ansiedad, el aburrimiento o la tristeza. Y como cualquier muleta usada innecesariamente, atrofia el músculo de la resiliencia emocional.
Impactos diferenciados por género
El estudio es claro: a mayor uso de redes sociales, mayores niveles de ansiedad reportados. Y esta correlación golpea de forma distinta según el género. Las mujeres jóvenes presentan niveles de ansiedad significativamente más altos que los hombres desde los 11 años, hay una carga emocional asimétrica, y tanto papás como mamás, en su mayoría, ni siquiera perciben esta diferencia.
Este dato sugiere que la experiencia digital no es neutral; está impactando el bienestar emocional de las jóvenes de manera más adversa. Esto es consistente con numerosas investigaciones internacionales que vinculan el uso intensivo de redes sociales basadas en la imagen (como Instagram y TikTok, que el estudio identifica como las más usadas) con problemas de autoestima, comparación social y disconformidad corporal, presiones que social y culturalmente recaen con más fuerza sobre las mujeres.
En cuanto al mencionado ‘escape emocional’, también hay un uso diferenciado del dispositivo por género. El estudio no solo dice quién está más ansioso, sino cómo usan el dispositivo. Señala que muchos estudiantes, pero “especialmente mujeres adolescentes”, usan el celular como un mecanismo de escape emocional.
La tecnología (específicamente las redes sociales) puede estar contribuyendo a generar la ansiedad inicial, y en lugar de desconectarse, las jóvenes recurren al mismo dispositivo para “anestesiar” o “escapar” de ese malestar. No lo usan solo para socializar, sino como un regulador emocional. Los hombres, según el estudio, reportan “mayor bienestar general”, lo que sugiere que, o bien no están tan expuestos a las mismas dinámicas de ansiedad, o las gestionan de forma diferente, posiblemente con otros escapes (como videojuegos, que no se midieron aquí).
Quizás el punto más crítico desde la perspectiva de la crianza es que el estudio revela que “los padres no perciben con claridad estas diferencias entre géneros”, y esto evidencia un punto ciego y una invisibilidad del malestar de las niñas y adolescentes mujeres.
Mientras padres y madres están preocupados por amenazas externas y visibles (como el ciberacoso o el contenido inapropiado), están pasando por alto una crisis interna y silenciosa que afecta de manera desproporcionada a sus hijas. La ansiedad es menos visible que una conducta disruptiva. Esto implica que las estrategias de crianza digital en los hogares pueden estar fallando en proteger a las niñas de los riesgos emocionales, precisamente porque esos riesgos no se están reconociendo como un problema de género. Y sí, los entornos digitales afectan de manera diferencial a hombres y mujeres.
Aunque los celulares son usados por todos, el costo emocional lo están pagando de forma desproporcionada las jóvenes. Las políticas de desconexión en el colegio pueden aliviar la presión académica, pero no resuelven el problema de fondo: la necesidad de educar en resiliencia emocional y contrarrestar las presiones estéticas y de comparación social que las plataformas digitales imponen, con especial dureza, sobre las mujeres.
“Abandonados en Internet”: La desconexión del hogar
¿Por qué los jóvenes no pueden autorregularse? El estudio nos da una pista: los estudiantes perciben muchas menos restricciones en casa que en el colegio, aunque padres y madres crean que sí las están estableciendo.
Es la gran desconexión. Y es aquí donde la reflexión de Mauricio Jaramillo, director de ImpactoTIC, en el ‘Diálogo por la Libertad de Expresión y la Gobernanza Digital’, se vuelve esencial.
Desde la crianza digital se propone un trabajo de formación, primero desde las y los adultos, para poder formar y guiar desde el ejemplo. “Vivimos en la era en que los hijos están más sobreprotegidos en las casas pero más subprotegidos o casi abandonados en Internet“, comparte Jaramillo.
Los padres temen los síntomas que ven en las noticias —ciberacoso (23%), contenido inapropiado (16%)— pero, como señala Jaramillo, desconocen el ecosistema real. Creen que el peligro está en los “sospechosos de siempre” (TikTok, Instagram), pero no tienen idea de plataformas como OmeTV u otros espacios donde el riesgo es exponencialmente mayor.
Esta ignorancia genera dos respuestas no saludables:
- La parálisis por miedo: Padres y madres no saben qué hacer, así que no hacen nada.
- El intento de espionaje: Quieren imponer controles, pero Jaramillo advierte que las herramientas de supervisión parental deben ser para “acordar” y “acompañar“, no para “vigilar” o “espiar“.
En este contexto, la Crianza Digital Inteligente, por la que abogamos en ImpactoTIC no se está aplicando. La escuela prohíbe, pero la casa, que es donde se debe educar, abdica.
Jaramillo también introduce un matiz vital: el contexto. No es lo mismo un joven en Medellín que uno en Mitú. Para un joven aislado geográficamente, “Internet es mucho más lo bueno que lo malo”. Prohibir no puede ser la única política, pues para algunos, es una ventana al mundo.
La prohibición escolar es un dique necesario. Los datos de Colombia y Australia lo confirman. Pero un dique no detiene la marea, solo la contiene temporalmente. La presión sigue aumentando por detrás. La presión de la ansiedad, de la pobre autorregulación y de la desconexión familiar.
El desafío global es evidente. Mientras Australia celebra el éxito de sus prohibiciones escolares, el gobierno se enfrenta a gigantes como Google, que califica las leyes de verificación de edad en redes sociales como “extremadamente difíciles de aplicar”. Esto demuestra que la regulación de las plataformas, aunque necesaria, será un recorrido lento y confuso.
El estudio colombiano llega en un momento en que el Congreso debate proyectos de ley (como el PL 354 de 2024 en Cámara y el PL 260 de 2024 en Senado) que buscan justamente regular el uso de dispositivos en entornos escolares, equilibrando la protección con el desarrollo de competencias digitales. Estas leyes son un paso, pero la solución real no es legislativa, es cultural.
Adicionalmente, en cuanto al marco normativo, ya está sancionada la Ley 2489 de 2025, que promueve entornos digitales sanos y seguros para menores. Actualmente, la normativa vigente es la Ley 2170 de 2021 existente (que permite la autorregulación de los colegios) y que está pendiente de su segundo debate en la Cámara.
Lo que estos datos nos exigen es movernos más allá de la simple restricción y abrazar la corresponsabilidad. El aula debe ser un espacio de desintoxicación y reconexión humana, sí; pero el hogar debe ser el gimnasio donde se entrena la ciudadanía digital, el pensamiento crítico y, sobre todo, la fortaleza emocional para no necesitar un escape en el bolsillo.
El aula silenciosa es una victoria, pero es una victoria frágil. Y paralelamente, en tiempo de rebose de Inteligencia Artificial es cuando más pensamiento crítico se debe desarrollar, donde la pregunta se debe fomentar.
Además no se puede caer en el error de homogeneizar a la población colombiana. Como se explicó, el estudio se centra en un grupo poblacional muy específico.
Como mencionó Sebastián Moreno, CEO de CriterTech Educación, durante el Live TIC sobre startups y EdTech de Impacto TIC, la prohibición de dispositivos en un colegio privado es viable, teniendo en cuenta que allí pueden ofrecerles herramientas tecnológicas de uso pedagógico, pero en otros contextos, esto queda fuera de discusión. “Yo sí creo en la prohibición en ciertos colegios de los dispositivos, pero esa prohibición tiene que ser acompañada de una política de educación clara. Si prohibimos sin política, no estamos haciendo nada. El problema no es la prohibición, es la falta de estrategia“, agregó Moreno.
Los datos, aunque limitados a un segmento poblacional específico como el de Uncoli, confirman que la restricción es un dique efectivo contra la distracción académica y social en el recreo. Sin embargo, esta ganancia en convivencia enmascara una crisis más profunda de bienestar y autorregulación que se gesta en el hogar, afectando desproporcionadamente a las jóvenes. La solución, por ende, no es simplemente legislativa.
El desafío ineludible es abrazar la corresponsabilidad para transformar. La escuela puede comprar tiempo, pero solo la educación consciente en casa evitará que el celular siga siendo un “escape emocional”, asegurando que los jóvenes, especialmente en la era de la Inteligencia Artificial, sean guiados a usar la tecnología como una ventana al mundo. El reto sigue siendo el mismo, educar la mente que porta el dispositivo (adultos o jóvenes).









