La vida diaria depende de un flujo constante de electricidad, una fuerza que damos por sentada. Sin embargo, detrás del interruptor se esconde una realidad compleja: no toda la energía es igual. La calidad de la energía se ha convertido en un desafío silencioso pero crítico, y con la irrupción de tecnologías como la Inteligencia Artificial, su impacto ambiental y económico nos obliga a una reflexión profunda sobre la sostenibilidad y la responsabilidad corporativa.
Hoy por hoy, la eficiencia energética es una preocupación global. Según datos de Hitachi Energy, se estima que “casi el 20 % de la electricidad del mundo se desperdicia debido a ineficiencias en la transmisión y distribución de energía“.
Esta cifra, alarmante por sí sola, adquiere una nueva dimensión en un país como Colombia, donde la Unidad de Planeación Minero-Energética (UPME) proyecta que la demanda eléctrica podría crecer, en un escenario medio, entre un 1,65 % y un 2,99 % anual hasta 2037. A medida que la tecnología avanza, también deben hacerlo las redes eléctricas para proteger la economía, la salud y el medio ambiente.
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El reto invisible de la calidad energética
Aunque esperamos que la electricidad sea una corriente ininterrumpida y perfecta, la realidad es que las redes modernas están bajo una presión creciente. Dispositivos tan comunes como lámparas led, computadoras, equipos médicos y cargadores de vehículos eléctricos introducen perturbaciones en el sistema, un fenómeno conocido como “contaminación energética“.
Estas inconsistencias se manifiestan principalmente de 3 formas:
- Potencia reactiva: Es energía no deseada que sobrecarga la red, restándole capacidad para realizar trabajo útil. Es como intentar conducir un auto por una carretera llena de baches; se llega al destino, pero el viaje es mucho menos eficiente.
- Armónicos: Son distorsiones que pueden causar interferencias y perturbar el funcionamiento normal de otros equipos, provocando un mayor desgaste e ineficiencias.
- Fluctuaciones de tensión: Son cambios en el voltaje que ocurren cuando se conectan equipos de alta demanda. El ejemplo más visible de este problema son las luces parpadeantes.
Las consecuencias de una mala calidad de la energía son tangibles y costosas. “Desde una perspectiva financiera, la mala calidad de la energía puede significar una pérdida en los objetivos, debido a los equipos dañados, la reducción de la eficiencia y el deterioro de los productos“, afirma Frank Coelho, gerente de integración de redes en Hitachi Energy.
“Representa, además, su desperdicio aumentando el consumo, impactando directamente en los costos e incrementando las emisiones de carbono. Dado que una parte de la electricidad en Colombia y diferentes países del mundo todavía proviene de combustibles fósiles, cada ineficiencia en el sistema se suma a nuestra huella ambiental”, agrega Coelho.
Este impacto se siente en todos los sectores. En un hospital, un suministro eléctrico inestable puede ser literalmente una cuestión de vida o muerte para equipos críticos como ventiladores y monitores cardíacos. En la industria alimentaria, una pequeña caída de tensión puede arruinar lotes enteros de productos refrigerados. En la educación, donde las aulas son cada vez más digitales, una red deficiente puede interrumpir el aprendizaje de miles de estudiantes.
La Inteligencia Artificial: ¿progreso a qué costo?

El desafío energético se intensifica con el auge de la Inteligencia Artificial (IA). Aunque es un motor para la economía digital, su consumo energético es una preocupación creciente. Según el Electric Power Research Institute, “las consultas de IA requieren aproximadamente 10 veces más electricidad que las consultas tradicionales en Google”.
El uso de la IA debe ser consciente, desde consumidores como desde empresas. Por ejemplo, es relevante pensar en cuál es la huella medioambiental de una consulta o un “prompt” en las aplicaciones de Inteligencia Artificial Generativa (GenAI). Daniel Scarafia, vicepresidente para América Latina en Hitachi Vantara, comparte que según Forrester, se espera que la IA Generativa experimente un crecimiento anual del 36 % hasta 2030.
Se hace necesario entonces desarrollar soluciones e infraestructuras tecnológicas cada vez más ecoamigables, así como estrategias de sostenibilidad ambiental que permitan reducir la huella de carbono y el consumo energético.
“La automatización y las herramientas impulsadas por IA pueden identificar cuellos de botella operativos y permitir una mejor toma de decisiones; mientras que las tecnologías de bajo consumo energético también ofrecen un camino para reducir costos y huellas de carbono, alineándose con los objetivos de sostenibilidad“, agrega Scarafia.
El reporte de Hitachi Vantara respecto a ‘El Estado de la Sostenibilidad de la Infraestructura de Datos‘ destaca 4 pasos principales que las empresas están tomando para mejorar la sostenibilidad, y que implican la adopción de más innovación tecnológica: descarbonizar sus Centros de Datos; aprovechar las últimas soluciones tecnológicas para reducir su huella de carbono; cambiar a fuentes de energía alternativas; y asegurar edificios, plantas y equipos energéticamente eficientes.

Si consideramos que, según Statista, el número de usuarios de herramientas de IA podría superar los 500 millones para 2028, el incremento en la demanda de energía será exponencial. Esto plantea una pregunta fundamental: ¿cómo adoptamos estas nuevas tecnologías sin comprometer el futuro del planeta?
Según el informe Dentsu Business Sentiment Navigator, el uso de IA sólo en la industrial del marketing ya representa 17 % de las ventas digitales globales, con aplicaciones en segmentación de audiencias, automatización de anuncios y predicción de comportamiento del consumidor. Una de las estrategias más prometedoras es la inversión en medios más sostenibles.
“La IA es clave para mejorar la eficiencia publicitaria, pero el reto ahora es equilibrar su impacto con soluciones sostenibles”, explica Alejandra Gutierrez, Chief Integrated Solutions Officer de Dentsu y Head de Merkle. “Las marcas deben empezar a usar IA no solo para vender más, sino también para optimizar su huella ambiental”.
La responsabilidad como motor de la innovación
Frente a este panorama, la responsabilidad social empresarial (RSE) deja de ser un accesorio para convertirse en el núcleo de la estrategia. Las empresas del sector tecnológico comienzan a liderar con el ejemplo, no solo a través de la innovación en sus productos, sino también en sus operaciones.
Anand Eswaran, CEO de Veeam, lo resume así: “Creemos que nuestra responsabilidad va más allá del cumplimiento normativo; abarca nuestro compromiso con el planeta, nuestra gente y las comunidades a las que servimos. No se trata solo de decir lo que haremos, sino de mostrar los avances logrados”. Este compromiso se materializa en acciones concretas, como la publicación de informes de sostenibilidad que detallan la reducción de residuos electrónicos, la obtención de certificaciones para construcciones sostenibles y la medición rigurosa de la huella de carbono.
La buena noticia es que la misma tecnología que genera el desafío puede ser parte de la solución. Se están implementando soluciones como bancos de capacitores y filtros activos de armónicos para estabilizar las redes y minimizar las pérdidas. Además, la IA puede utilizarse para optimizar el consumo. Por ejemplo, en publicidad programática, la IA puede reducir las emisiones de carbono hasta en un 60 % al seleccionar los anuncios más eficientes y con menor desperdicio.
Sin embargo, existe un riesgo. “Esta prisa por obtener beneficios inmediatos podría generar una desconexión con las audiencias y un posible descuido de los objetivos de sostenibilidad a largo plazo, lo que en última instancia perjudica el ecosistema y la confianza en la marca”, advierte Gutierrez.
El camino hacia un futuro digital y sostenible requiere un enfoque integral. Las empresas deben invertir en infraestructuras de datos ecoamigables y transparentar su impacto. Los consumidores, por su parte, deben ser conscientes de la huella energética de su vida digital. El desarrollo tecnológico debe buscar lograr un equilibrio ambiental, es el gran reto de nuestra era.