Iniciativas que se han dado en el contexto de la pandemia para rastrear y aislar contagiados sirven de punto de apoyo –no único– para una revisión crítica del concepto de Ciudadanía Digital.
La pandemia del coronavirus no solo ha precipitado la migración a la tecnología digital de la gente por la razón más insospechada, la supervivencia, sino que obliga a llevar al extremo la discusión crítica del concepto de ‘Ciudadanía Digital’, más allá de la repetición nemotécnica de sus 9 elementos, o como un simple eslogan atractivo para campañas institucionales.
Para evitar el contagio con el virus, las personas han tenido cada vez más que acceder a información, realizar transacciones bancarias, adaptarse a la educación virtual, adquirir bienes y servicios, interactuar con otros seres humanos, entre muchas otras tareas, acudiendo a las tecnologías digitales.
La transición, como ocurría en tiempos prepandémicos, se está haciendo de manera natural o traumática, con o sin conciencia de la existencia del concepto de Ciudadano Digital, y en medio de la discusión más terrenal sobre el acceso universal a la tecnología (incluido en los 9 elementos), lo que permite deducir que una gran proporción de la población está conformada por ‘apátridas digitales’.
Crítica pandémica
Solo a manera de ejemplo de hasta dónde se puede y debe estirar la visión crítica del concepto, no para destruirlo, sino para contribuir a su construcción social, basta mencionar las iniciativas que se han dado en la pandemia para rastrear contagios y monitorear el aislamiento.
El 10 de abril de 2020, Google y Apple anunciaron lo que en su momento fue presentado en los medios de comunicación de Estados Unidos como “un ambicioso esfuerzo para ayudar a combatir el coronavirus”, con la introducción de nuevas herramientas que permitirían a los propietarios de teléfonos inteligentes saber si se habían cruzado en su camino con algún infectado.
El 15 de mayo, esos mismos medios reseñaron la reacción de las autoridades de salud de Estados Unidos que, palabras más, palabras menos, calificaban el “ambicioso esfuerzo” como algo completamente inútil.
¿La razón? El sistema notificaría a los propietarios de los celulares si habían entrado en contacto con alguien potencialmente infectado, pero no compartirían con esas autoridades de salud ningún dato o dónde habían ocurrido esos contactos.
El argumento principal de Google y Apple para no entregar la información es que hacerlo violaría el derecho de sus usuarios a la privacidad, uno de los temas inherentes a la ‘ciudadanía digital’, término que acuñó en 2004 Mike Ribble, en un artículo coescrito con Gerald Bailey y Tweed Ross.
Mientras esto ocurría en Estados Unidos, en Colombia, con bombos y platillos, autoridades en el departamento de Antioquia anunciaron el 19 de mayo una iniciativa muy similar con Google (o al menos, así suena), en la que la información del eventual contacto con una persona contagiada no solo le llega al dueño del celular sino a las autoridades.
Todo eso se dio sin una amplia discusión sobre los temas de privacidad involucrados y sin que Google hubiese esgrimido los mismos argumentos que usó en Estados Unidos para su negativa.
Renuncia a la privacidad
Probablemente, en Colombia a nadie o a pocos les importa (de la misma forma en la que a nadie le importa entregar toda su información a las plataformas como Google o Facebook a cambio de servicios gratuitos), lo que se convierte en un indicador llamativo, para bien o para mal, de la apropiación del concepto de Ciudadanía Digital.
En Corea del Sur, país calificado de exitoso en la contención de la pandemia, “los funcionarios de salud rastrean los movimientos de los pacientes utilizando imágenes de cámaras de seguridad (con reconocimiento facial), registros de tarjetas de crédito, incluso datos de GPS de sus automóviles y teléfonos celulares… Los sitios web y las aplicaciones de teléfonos inteligentes detallan cada hora, a veces minuto a minuto, la duración de los viajes de las personas infectadas: qué autobuses tomaron, cuándo y dónde subieron y bajaron, incluso si llevaban máscaras”, dice The New York Times, quien da por hecho que los surcoreanos han aceptado ampliamente la pérdida de privacidad como un precio necesario.
Y China, que es un régimen abiertamente autoritario, ha llegado más lejos.
En la misma dirección del planteamiento de Google y Apple, en plena pandemia del coronavirus, organizaciones de derechos humanos, como Human Rights Watch, han manifestado su preocupación por el uso de estas tecnologías: “Los programas de datos de ubicación móvil para combatir COVID-19 pueden no ser científicamente necesarios y podrían conducir a abusos de los derechos humanos si no están equipados con salvaguardas efectivas para proteger la privacidad. La larga historia de medidas de emergencia, como las medidas de vigilancia implementadas para contrarrestar el terrorismo, muestra que a menudo van demasiado lejos, no logran el efecto deseado y, una vez aprobadas, a menudo duran más que su justificación”.
No lo menciona Human Rights Watch, pero basta recordar los documentos filtrados en 2013 por el excontratista de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos Edward J. Snowden, que ponían en evidencia la extensión de los programas de ciberseguridad ‘clasificados’ de la NSA, y que revelaban que habían intervenido las comunicaciones de cientos de millones de personas alrededor del mundo, con el argumento de combatir el terrorismo, luego de los atentados del 11 de septiembre.
¿Cuáles son los reparos a la app del Gobierno para manejar la información de la pandemia?
Buenos ciudadanos
¿Diríamos que en tiempos de pandemia quienes renuncian a su privacidad son mejores Ciudadanos Digitales? En general, ¿quién es un buen Ciudadano Digital?
Y una pregunta para aquellos que localmente pontifican, promueven o construyen discursos o declaraciones sobre el concepto de Ciudadanía Digital’: ¿A qué concepto de ciudadanía se refieren?
Estos interrogantes sobre la privacidad, seguramente, van mucho más allá de las pretensiones iniciales de Ribble, y de desarrollos posteriores plasmados en programas de estudio en ese país, que tocan la privacidad en temas básicos como el insistir en la creación de contraseñas seguras o los riesgos de compartir información personal en línea.
¿Alguien ha tratado de responder estos interrogantes? Sí.
A manera de ejemplo: en el capítulo de revisión de literatura e investigación sobre la ciudadanía digital, de su tesis doctoral en educación, Kristen Mattson (también autora del libro Digital Citizenship in Action), hace explícitas críticas al enfoque estrecho de Ribble en los abusos y el mal uso de la tecnología en la sociedad, “lo que lo llevó a no examinar el estado actual de la Ciudadanía Digital… ni situar su marco en lo que históricamente ha significado ser buen ciudadano”.
Mattson hace un recorrido por las dimensiones de la ciudadanía, que no abordó Ribble, “como un estatuto legal o participativo; político, agente de cambio; y como conjunto de códigos morales o virtudes cívicas que uno debe abrazar y defender”. También explora los modelos republicano y liberal; la ciudadanía personalmente responsable, la ciudadanía participativa y ciudadanía orientada a la justicia… Y lleva todos esos conceptos al mundo en línea y al análisis de programas de estudios de Ciudadanía Digital, desde los que cataloga de restrictivos y represivos (que muy en la línea de Ribble se enfocan en los comportamientos desfavorables), hasta aquellos que –dice– abordan la Ciudadanía Digital de manera más integral, cubriendo formas en que los estudiantes se mantengan seguros, pero que también promuevan una contribución positiva a una sociedad digital (cita Common-Sense Media y MediaSmarts).
Queda claro que los conceptos de ciudadanía y Ciudadanía Digital no son únicos, absolutos o estáticos, sino que dependen del contexto histórico, económico, político y social.
Y en ese contexto queda claro, también, que las definiciones de privacidad y libertad cambian, y que “pueden ser radicalmente diferentes en el futuro”. Un futuro que va requerir una ciudadanía digital para ‘la nueva normalidad’.
Imagen principal: Matthew Henry (Unplash).