Este año sí… Ir al gimnasio, hacer dieta o aprender un nuevo idioma –en esta parte del mundo el inglés es el más apetecido– pueden ser los 3 grandes propósitos de todos los colombianos cada vez que empieza un nuevo año. Aunque es menos viral y se posterga con frecuencia, empezar a ahorrar también está entre las prioridades del año nuevo: según una publicación de la revista Gerente, el 79% de los colombianos quería empezar a ahorrar en el 2018; de haber cumplido, definitivamente seríamos un país diferente.
El caso es que comenzando este 2020 de nuevo se ven artículos en los que expertos le dan tips para que organice sus finanzas y listados con las mejores apps financieras del mercado, esas que están hechas para ayudarle a controlar sus gastos, fijar metas de ahorro y organizar presupuestos.
La realidad muestra que desde hace rato la tecnología se ha convertido en uno de los aliados de quienes quieren ahorrar. Esto lo logran a través de ese tipo de apps y de los servicios de banca móvil que ofrecen las entidades, con las cuales se tiene un mayor seguimiento y control a los dineros en el banco, se pueden hacer transferencias sin pagar comisiones y manejar billeteras virtuales evitando los costos extra y peligros que tiene usar el efectivo.
Los malos hábitos tecnológicos también son un riesgo
Pero la tecnología, además de aliada, también se ha convertido en un riesgo silencioso para quienes pretenden ser más responsables con sus gastos. No solamente es un objeto de deseo que nos hace pecar (por algo es una de las tres categorías en las que los colombianos hacen más compras en línea), sino que, más allá de eso, es un elemento que está llevando a las personas a incorporar nuevos hábitos que, en algunos casos, no se manejan bien y resultan perjudiciales para el bolsillo.
En Impactotic.co les compartimos esta selección de malos hábitos tecnológicos que suelen costar caro y que se podrían evitar con miras a cumplir los propósitos de ahorro en este nuevo año:
1. Pruebas gratuitas de servicios digitales que no se cancelan a tiempo
Los ‘free trials’ (pruebas gratuitas) son una de las principales estrategias comerciales que utilizan las empresas en esta era digital para enganchar suscriptores. Los usan compañías como Netflix, Amazon Prime, Spotify, Open English y casi todas las que venden online en la actualidad.
Consisten en darles a los usuarios un periodo de prueba gratis (horas, días, semanas y hasta meses) de un servicio. El asunto está en que gratis en Internet no hay nada y en este caso la moneda de cambio que el usuario da son sus datos, y más exactamente los de su tarjeta de crédito, que tiene que poner para activar la prueba del servicio, y de donde se hará el cobro si decide continuar usándolo.
El mal hábito está en que muchas de estas suscripciones no se cancelan a tiempo (partimos de la base de que, para las empresas, si el usuario no dice nada es porque quiere seguir; las condiciones son claras en que es él quien debe cancelar el servicio). Entonces, después de la prueba gratuita el valor mensual empieza a ser cargado a la tarjeta sin que ese fuera el propósito concreto y muchas veces sin que el cliente se entere a tiempo. Si a esto se le suma no tener el buen hábito de revisar las transacciones o el correo (adonde debería llegar alguna notificación del pago), pueden pasar meses antes de que llegue a notarse el desangre silencioso que se provoca a las finanzas de un usuario.
2. Tener (y pagar) varias veces un mismo servicio
Aquí lo que sucede es que el usuario paga dos veces lo que podría o debería pagar una sola vez. Los ejemplos en este caso también abundan. Uno de los que podrían resultar más familiares hoy en día tiene que ver con suscripciones que son para grupos o multiusuarios (como la de la suite de Office de Microsoft); si ya un primo tenía un usuario de sobra y lo incluyó en el grupo, usted no debería pagar por otra suscripción.
Otro ejemplo usual es el de servicios de música o video online (tipo Netflix o Spotify) que en muchos casos vienen incluidos en algunos planes de Internet o telefonía móvil por parte de los operadores (si no en su totalidad, sí por algunos meses); algunos usuarios igual continúan pagando con sus tarjetas de crédito el servicio que ya tenían.
3. Tener servicios de TV (y otros) que no se usan
¿Quién pagaría por un servicio de televisión que no usa? Pues la situación es mucho más frecuente de lo que se podría pensar y los aficionados a los deportes en algunas ciudades lo pueden constatar.
En épocas de mundial de fútbol o cuando se quieren ver eventos exclusivos, por ejemplo, se contratan operadores que son los únicos que transmiten dichos eventos. Pero estas empresas no siempre ofrecen el paquete completo (por ejemplo, no incluyen acceso a Internet). ¿Qué hace el usuario? Busca otro operador para conectarse a la red, pero al ir a contratar el plan le dicen que solo ese servicio le cuesta $50.000, pero que si lleva el combo (con televisión y telefonía) el precio es de $60.000. El usuario lo adquiere porque es poca la diferencia y porque va a tener otro servicio de televisión (o un teléfono adicional) por si acaso… al final es un servicio que no usará. No se engañe, es mejor que ahorre ese dinero.
Vale la pena revisar también que si es una de esas personas que escasamente tienen tiempo o ganas de ver alguna serie o película en Netflix de vez en cuando, tal vez debería pensar que el servicio de TV que está pagando (así sea solo uno) ya le está sobrando. Ah, le recordamos que ‘Game of Thrones’ terminó a comienzos de 2019. ¿Ya canceló la suscripción al servicio que transmitía la serie y que no usa hace meses?
4. Pasarse de antojado y pagar de más por productos o servicios
Al ver las oferta de un proveedor de acceso a Internet notará que, por ejemplo, el plan de 100 Mbps (que vale $130.000) es apenas 30.000 pesos más caro que el de 50 Mbps (que cuesta $100.000). ¡El doble de velocidad por solo la tercera parte del valor adicional! El mal hábito lleva a mirar la poca diferencia de precio que hay entre un plan y otro y no escoger con base en lo que realmente se necesita y se aprovechará. Es muy probable que se piense que poner $30.000 de más para tener el doble de velocidad de Internet es mejor, pero si al final no va a aprovechar ni siquiera los 50 megas iniciales, lo que está haciendo es botar dinero. Claro, si realmente necesita los 100 megas, es una ganga, pero si no, es un gasto innecesario. Piénselo también la próxima vez que vaya a comprar un teléfono, un computador o un televisor.
5. No usar o desconocer las apps móviles
Según cifras de Statista, en Google Play hay 2,57 millones de apps para descargar, mientras que en la App Store de Apple hay cerca de 1,8 millones y en Windows Store (por ahora), 669 mil. Se trata de ‘la dulcería’ de las nuevas generaciones y las cifras de pagos por este tipo de servicios lo demuestran: en 2019 las personas gastaron 83 mil millones de dólares en apps.
Los malos hábitos en torno a este tema pasan por la cantidad de dinero que se está pagando por este concepto, por el tiempo que se dedica a las apps (en contravía muchas veces de la productividad) y por el tipo de apps que se consumen: la mayoría son juegos y entretenimiento.
Pero no es lo único: hay apps que demuestran su utilidad a diario y que no se usan correctamente. Lo que sucede con las apps de los bancos es un claro ejemplo: la banca móvil tiene la ventaja de ahorrar tiempo y dinero a los usuarios, pero muchos de ellos no conocen plenamente los servicios que estas les ofrecen y siguen yendo a las oficinas físicas a solicitar servicios a los que podrían acceder desde su teléfono móvil.
6. No tener domiciliados los pagos
Casi todos los bancos ofrecen al usuario la posibilidad de pagar sus créditos, tarjetas e incluso servicios públicos mediante un descuento automático de su cuenta de ahorros o corriente. Claro, el cliente debe tener dinero disponible al momento de hacer el pago para que se haga el débito automático, pero trate de hacerlo. No tener los pagos domiciliados le implica una de dos cosas: tener que estar superpendiente de estos pagos (lo que le implica tiempo y –de nuevo– el tiempo es oro) o atrasarse y pagar extemporáneamente; y este es uno de los peores hábitos que podría cultivar, porque los intereses por mora son de los más altos y los que más descuadran financieramente.
7. No actuar seguro
Creer que las malas experiencias solo les suceden a los demás, que usted siempre está seguro y actuar con exceso de confianza son malos hábitos que deben evitarse. En materia digital nunca se está completamente seguro ‘como por arte de magia’ y los delincuentes siempre encuentran un fallo o una oportunidad para atacar.
Un primer componente relacionado con la seguridad se podría traducir con el ya conocido ‘no dar papaya’. Es bien sabido que la oportunidad hace al ladrón y por más ambiente seguro en el que crea que está, dejar el celular o un portátil abandonado, compartir información financiera en Internet o poner de contraseña ‘12345’ no suele salir muy bien.
El segundo componente es el de tomar medidas y fortalecer la seguridad como sea posible. Aquí puede ver algunas de las recomendaciones de seguridad que podría tomar, pero en resumen se trata de ser conscientes de que en esta era digital nada está de más. Elimine el exceso de confianza de sus malos hábitos.
Todavía quedan 11 meses y medio de 2020. Todavía está a tiempo de dejar atrás los malos hábitos; todavía puede adquirir buenos hábitos que le permitan ahorrar dinero o evitar incurrir en gastos que comienzan como ofertas que hay que aprovechar, pero que al final pueden abrirle un hueco a su bolsillo. ¡No espere hasta 2021 para hacerlo!
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[su_note note_color=”#FCF3CF” radius=”5″]Este contenido fue desarrollado con apoyo de BBVA, que no ha influido en el enfoque editorial. Entre BBVA e Impacto TIC existen acuerdos comerciales a efectos de comunicar información factual y objetiva enfocada en educación financiera.[/su_note]
Imagen principal: Bru-no (Pixabay).