Aunque para muchos, lo que somos en redes sociales no es reflejo de quiénes somos o de qué somos capaces, es innegable que la reputación online es un juez público que se utiliza cada vez más para aceptar a un contacto, seguir a una persona o contratar a un empleado.
Así como la portada de un libro, cientos de amigos, conocidos, posibles empleadores o clientes usan Internet para buscar nuestro nombre y hacerse una idea de nuestra vida. En otras palabras, las fotos, los videos y todo lo que tenemos, mostramos y compartimos en Facebook, Twitter, Instagram o cualquier otra plataforma funciona como una carta de presentación.
Esta es la historia de cómo en un par de clics borré mi histórico laboral de 8 años. Todo empezó, como no, en LinkedIn, tal vez la principal red laboral a nivel global, con más de 700 millones de usuarios.
Como buena red social, LinkedIn no solo provee un espacio para decir quiénes somos, sino que también analiza cómo interactuamos con otros. La plataforma sabe quiénes son nuestros contactos, a quién le dimos me gusta (Recomendar) en una publicación y hasta quién vio nuestro perfil aún sin agregarnos. Durante años, los usuarios han dicho que LinkedIn expone a los chismosos, porque al revisar un perfil (sin tener cuenta premium) la otra persona puede saber que usted lo vio.
Abrí mi cuenta de LinkedIn a finales de 2013, cuando aún hablaban de la famosa web 2.0 y la revolución de los foros. Poco a poco, con sesiones de 10 minutos semanales, fui agregando detalles sobre mi carrera laboral.
Al igual que otras plataformas, LinkedIn posee un algoritmo que rankea a las personas. Si se fija, en la parte derecha suele decir de forma un poco enigmática 1er, 2ndo o 3er grupo. Eso, en otras palabras, habla de algún tipo de importancia y relevancia suya en la red.
Como ocurre en otras redes, el tiempo, la dedicación y –sobre todo– las conversaciones que ocurren en las plataformas son lo que les permite ponerlo a usted en los inicios, feeds o paneles. Si usted y lo que usted comparte es relevante para otra persona, hay mayor probabilidad de que les aparezca a sus contactos.
Una imagen vale más…
Conozco no pocos casos de personas que han obtenido trabajos en el extranjero, en compañías soñadas, y todo comenzó con un ‘Ver más’ en su perfil de LinkedIn. Conozco mensajes de reclutadores y experiencias de profesionales de recursos humanos que hablan de cómo una mala foto pueden hacerles dudar de llamar a un posible candidato.
En mi caso, además de agregar mis estudios y mis primeras experiencias de trabajo formal, LinkedIn se convirtió en un album personal de metas profesionales. Fue el lugar para publicar mis certificados de cursos, mi calificación del IELTS, mi grado de maestría y los premios que durante mi carrera profesional he logrado cultivar. Tal cual como cartón de médico en consultorio, mi LinkedIn era un altar digital para mi trabajo, que además vive en Internet.
Posiblemente lo más potente de esta red son las recomendaciones. Tener en el perfil unas palabras dedicadas de otros que han conocido su trabajo es un lujo. Imagine que el gurú de economía lo recomiende a usted como economista o que un reconocido abogado hable bien sobre su dominio de los asuntos legales. Sin duda, esa funcionalidad es un validador de confianza.
Adicionalmente, el hecho de que alguien que usted admira dedique un párrafo a dar una opinión suya tiene un efécto romántico y un poco narcisista en cualquiera.
Crónica de un borrado no anunciado
Este mes, en medio del escaso tiempo libre que deja el teletrabajo, me empañé en integrar mi cuenta. Años atrás había creado un nuevo correo y una nueva cuenta. Es decir, por error, LinkedIn tenía dos Lindas Patiño idénticas. Una con todo su histórico y otra abandonada entre la basura digital que algunos dejamos online.
Aunque no era prioridad ni mucho menos, encontré una opción para fusionar las cuentas y me pareció la maravilla. Tras más de 5 años le pondría orden a esa presencia digital. Como pueden predecir… 7 días después de dar clic en ‘Fusionar’ me encontré con algo así:
¿Dónde están las valiosas palabras que me dedicaron mentores, docentes, clientes y colegas en distintos roles durante estos años? ¿A dónde se fueron las horas que gasté pensando en el perfil de presentación, en ese post largo pero apasionante sobre una aplicación nueva? Sobre todo… ¿puedo recuperarlos?
Volví a revisar la opción. Tal vez hay un Ctrl+Z, o un botón para revertir… Bien fue un error de atención, una lectura poco profunda o el afán lo que me llevó a presionar el botón de fusionar las dos cuentas, pero no vi cuál sería la principal…
Es así como con un perfil ‘pelado’ me enfrenté a un miedo postmoderno: la extinción de mi yo digital laboral.
Aunque algunos puedan creer que exagero, lo que está en el fondo de esta historia es como una sensación de una página en blanco en un libro abierto que llevaba años de trazos. No hay que ser expertos en historia para saber que las narraciones, y la conservación de ellas, es algo vital para la identidad de los pueblos, las culturas y las personas.
Ese par de clics se encargaron de recordarme que por más confianza que tenemos en lo que navegamos en línea, solo se necesitan simples comandos para borrar la historia de alguien. El Sol seguirá saliendo en un nuevo día.
La situación también me cuestionó sobre cuánto dominio tenemos sobre la información en Internet. Carpetas y archivos de gigas enteros, que sentía míos, desde fotos y textos hasta validaciones de habilidades, quedaron (o quedan) en el limbo informático y a merced de un proceso que desconozco.
Además del viacrucis para encontrar algún contacto de soporte, sigo sin pistas relacionadas con preguntas como ¿alguien podría volver a activar mi perfil tal y como lo tenía?, ¿cuánto tiempo tengo antes de que la información se borre por completo?, ¿se borra por completo?, ¿podría recordar toda la información que tenía allí?, ¿con cuánto detalle podrían restaurar la información que poseen de mí?
Así, en una lectura desprevenida y un reflejo casi automático de ‘Sí acepto los términos y condiciones’ puedo declararme en duelo de esa identidad digital específica, pensando en si vale la pena volver a construirla de ceros o sobre el destino de mis datos en otras plataformas.
Tras confirmar con soporte, no hay forma de volver a restaurar esa información. Aunque los contactos se conservan –al menos– no hay forma de saber si los datos se perdieron por completo o si simplemente por políticas de la red esa información ya no se puede recuperar.
En una sociedad hiperconectada, en la que las redes son carátula de portada, ¿aún podemos desprendernos de esos fragmentos de código y archivos que viajan de servidor a servidor contando nuestra vida? ¿Estamos asistiendo a generaciones con su historia volcada al mundo online, con el riesgo de un apagón de sus datos? ¿Lo que subimos a Internet es verdaderamente nuestro?
Imagen principal: Geralt (Pixabay).