Las noticias falsas, la propaganda de Isis y otras organizaciones terroristas han planteado preocupación por el poder de la Web y de toda Internet. Pero con el ciberespacio controlado por un puñado de firmas gigantes, ¿pueden los gobiernos esperar alguna vez frenarlas? ¿Y eso es deseable?, cuestiona el periodista Charles Arthur en el diario británico The Guardian.
A raíz del atentado en Londres del pasado 4 de junio, Theresa May, primera ministra británica, declaró que “cuando se trata de asumir el extremismo y el terrorismo, las cosas deben cambiar”. Cosas como el comportamiento de las empresas de Internet, que no deberían permitir que el extremismo tuviera un lugar. “Sin embargo, eso es precisamente lo que ofrece Internet, y las grandes empresas que proporcionan servicios basados en Internet”.
El discurso de May fue solo el último ejemplo de la frustración por parte de los gobiernos con la forma en que Internet y las compañías de Internet parecen eludir e ignorar las reglas por las cuales todos tienen que vivir y avivó el debate sobre si debe haber o no una regulación de Internet.
Arthur recapitula que Francia y Alemania han aplicado multas a empresas que permiten que contenidos nazis permanezcan en línea, mientras que en Estados Unidos el FBI exigió que Apple que creara un software para hackear un iPhone usado por uno de los asesinos de San Bernardino, y llevó a la empresa a los tribunales cuando se negó a la petición.
Hablar de regulación de Internet es bastante complejo, porque una cosa es Internet en sí y otra son las empresas (Google, Apple, Facebook…), las cuales son de diferente tipo y finalidad, como bien explica The Guardian en su nota.
Además, para algunos, la idea de la regulación es más compleja. “¿Desde cuándo no se ha regulado Internet? Simplemente se ha regulado mal”, dijo Douglas Rushkoff, un comentarista de los medios de comunicación, uno de los primeros en detectar el potencial de Internet a principios de los años 90.
Algunas empresas han operado suponiendo que no hay leyes que apliquen al entorno de Internet, y algunas de ellas se dieron cuenta muy tarde de que no era así. Napster, cerrada tras las sentencias judiciales; Aereo, que hacía retransmisiones televisivas y fue cerrada después de una decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos; Airbnb, frenada por las regulaciones locales de alquiler de vivienda, y Uberm que en muchas ciudades del mundo enfrenta batallas legales.
Otros aspectos por tener en cuenta en este debate, además de la evidente puja legal de derechos como la libertad de expresión, son los efectos en el cambio climático, el capitalismo no sustentable, el monopolio de los grandes de la tecnología y la eliminación de puestos de trabajo.
En los casos más relevantes sobre peticiones de los gobiernos a estas empresas, recursos interpuestos o reclamos contra ellas, las respuestas son políticamente correctas. Todas hablan de la existencia de controles internos sobre lo que puede y no puede circular en ellas, pero en la ejecución se quedan cortas.
“Las noticias falsas son similares a un problema de calentamiento global. Facebook se convirtió en el caldo de cultivo de noticias falsas por su mezcla accidental de una audiencia diaria gigantesca de mil millones de personas. Google, mientras tanto, promovió involuntariamente los resultados de búsqueda sexistas, racistas o simplemente inexactos siguiendo ciegamente su modelo de negocio que recompensa el contenido que capta atención, independientemente de la precisión”, sentenció Arthur en The Guardian.
A final de cuentas, son los ciudadanos los que quedan atrapados en una creciente marea de contenidos en la que la única seguridad es dudar de ellos.
Fuentes:
Mira la nota original: Internet regulation: is it time to rein in the tech giants?