En una situación como la originada por la pandemia de COVID-19, la mayor parte de la atención se vuelca sobre el problema orgánico: el virus, cómo se transmite, los síntomas, los tratamientos, la vacuna. Incluso sobre el efecto que produce sobre diversos aspectos de la vida, como el social, el económico…
Y si bien la salud mental no ha sido ignorada en medio de esta circunstancia –de hecho, es un aspecto al que cada vez se le da más importancia–, todavía hay mucho por decir con respecto a la manera como el aislamiento, el exceso de información y la incertidumbre han afectado el comportamiento y el ánimo de las personas. Para profundizar un poco más en el tema, Impacto TIC habló con Eduardo Correa, subgerente científico de Remy IPS, sobre los efectos de la pandemia y las medidas asociadas con ella –especialmente el aislamiento– en la salud mental de las personas.
Para el especialista, en medio de lo difícil de la situación, una de las cosas buenas que han sucedido en este tiempo es que la salud mental y los problemas asociados con ella se han desestigmatizado: “Ya de hecho los lineamiento son ‘busca ayuda, busca ayuda’. Ya no solo si tienes tos, sino si te sientes triste, si te están agrediendo. Buscar ayuda se vuelve mucho más natural. Eso para nosotros ha sido una ventaja también: desestigmatizar el tema, que no es solo tener músculo acá [en los brazos], sino también aquí, en la neurona, que también se necesita”.
Empecemos por el principio: en términos generales, ¿cuáles son los efectos que el aislamiento y una situación como la actual tienen en la salud mental de las personas?
Con la pandemia se dio una serie de situaciones bien particulares, que no se han vivido desde hace un siglo, aproximadamente. Usualmente todos los esfuerzos van enfocados en qué es el virus, cómo se transmite, que fue un poco el inicio del asunto. Pero, después se nos salió de las manos, de nuestro control, de nuestro conocimiento y de nuestra capacidad de tramitar de una manera adecuada todo este fenómeno, y empezó a surgir –y tal vez es la primera característica que determinó la condición particular– una sensación de incertidumbre.
Los seres humanos, en general, y en la medida en que la cultura y la sociedad han progresado, nos sentíamos bastante seguros de una serie de cosas, entre ellas –por supuesto–, de nuestra salud. Jamás se nos había atravesado la posibilidad de entender que algo se nos está saliendo de las manos, y eso genera una profunda incertidumbre. Esa incertidumbre general da como resultado elementos de ansiedad y depresión.
Sumado a eso, se fueron desarrollando formas para tratar de limitar esta condición en términos de salud pública y llegó la cuarentena. Entonces, a la incertidumbre le sumamos condiciones de distanciamiento físico; inicialmente, las recomendaciones hablaban de distanciamiento social, pero a mi juicio, hay un error inicial en términos de entender cómo nuestra interacción social estaba mediada por el contacto físico. Pero en ese punto, el asunto es que si eliminamos el contacto social de las personas, van a aparecer muchos más problemas de salud mental.
Por eso la salud mental comenzó a tomar relevancia, porque el problema no es que nos distanciemos y ya, no pasa nada. Porque habitualmente nos distanciamos un ratito (y lo necesitamos, sin duda); así queramos mucho a la gente que nos rodea, necesitamos cierta distancia. Pero cuando se prolonga, genera un deterioro sustancial. Somos seres sociales y, en esa medida, nuestro alimento psíquico se da a partir de la relación con el otro. Y solo con el tiempo empezamos a aprender que los medios digitales eran la única posibilidad de mantener nuestro contacto social.
Pero no todo el mundo estaba preparado, no todo el mundo lo tenía ‘incorporado’ y, evidentemente, dependiendo de los diferentes desarrollos y condiciones culturales, fue más o menos difícil para algunas culturas. Entonces, a partir de esta dificultad en asumir esa nueva realidad, los problemas de salud mental se dispararon: depresiones, consumo de sustancias, consumo de alcohol (a pesar de las restricciones iniciales)…
Ha sido un fenómeno particularmente relevante, porque un tema específicamente orgánico tuvo una gran relevancia en términos de salud mental. En general, en todos los países, los indicadores de problemas o trastornos mentales se dispararon por la pandemia y por las medidas que tuvimos que adoptar, como el confinamiento.
Menciona los medios digitales como la única posibilidad de mantener nuestro contacto social, pero también es a través de ellos que circulan más noticias falsas y que se generan otras situaciones adversas.
Usted toca un tema que es absolutamente relevante y es que, a partir de la incertidumbre, ¿qué trata de hacer la gente? Trata de tener información. Y, lamentablemente, gran parte de la información que está circulando es información no verídica, para no meternos en temas estrictamente políticos. Pero si hay un presidente la potencia más grande del mundo que dice que uno toma un desinfectante externo y que con eso se va a curar el virus, ¡Ave María!
Entonces, partiendo de la base de que si desde cuentas o figuras representativas generan una condición de desinformación marcadísima, pues ¿qué va a esperar del resto de personas? Entonces, esa incertidumbre lleva a una búsqueda desenfrenada de información para poder controlarla. Y si la información es abundante, muchas veces contradictoria, y además es inadecuada, lo que se genera es mucha más incertidumbre, porque no se sabe qué hacer.
Inclusive, dentro del mismo gremio médico, los primeros estudios fueron contradictorios, no se sabía qué retroviral funcionaba, si iba a funcionar; era casi ensayo-error, como se hacía antes: ensayemos esto a ver qué pasa.
Entonces, si desde la ciencia había tanta incertidumbre, imagínese en el resto. Y ese bombardeo de información, en lugar de favorecer, lo que hace es aumentar la incertidumbre porque se dan indicaciones inexactas. Una de las recomendaciones, en principio, para mantener la salud mental es no sobrecargarse de información e ir a fuentes seguras de información, o sea, sitios oficiales y fuentes oficiales de información.
¿Cómo afecta la situación de incertidumbre la seguridad de las personas, la autoconfianza?
Si yo tengo incertidumbre y no controlo el entorno, entro inseguro a lo que está pasando. ¿Voy a visitar a mis padres? ¿No los visito? ¿Si me alejo les estoy haciendo daño o realmente los estoy cuidando? ¿Cómo hago mi trabajo? Cambian los paradigmas.
Por otro lado, toda la situación social y económica que se va deteriorando hace perder seguridad. “Yo tenía un trabajo estable”, por ejemplo, “a la empresa le fue mal”, “perdí mi trabajo”… entonces hay muchas fases de inseguridad, no solo directamente ligadas al aislamiento y la pandemia, sino secundarias, en lo social y en lo económico: no voy a conseguir más trabajo, ¿cómo voy a hacer para mantener mis hijos? Y se pierde la confianza.
Yo estaba muy tranquilo en una manera de funcionar, presencial, con horario, con un montón de cosas, y ahora no sé cómo funcionar. Eso en lo laboral y lo económico, por supuesto, y también en lo social. Bueno, ¿cómo hago para cuidar a mis hijos? ¿Sí seré capaz de cuidar a mis hijos? Si tengo que salir, ¿regreso a casa o me voy para otro lado? ¿O los infecto? ¿Cómo hago para sobrevivir? Entonces, esa pérdida de la autoconfianza está multideterminada y se va agravando con el deterioro de lo económico, sobre todo.
¿Para los niños podría ser ‘más fácil’ incorporarse a la ‘nueva normalidad’, teniendo en cuenta que están un un proceso de formación? ¿Resulta más difícil de afrontar esta situación para los adultos mayores, que llevan décadas en otra normalidad?
Los extremos de la vida, en general, representan vulnerabilidad para todos en términos de salud pública. Para el extremo inicial [los niños], fundamentalmente, porque todavía dependen mucho de quien los cuide. Necesitan cuidado. Y, en ese sentido, en la medida en que no generan la autonomía suficiente, no pueden decidir adecuadamente sobre qué sería lo mejor para ellos, dependen de la opinión de otros; y a veces, esos otros no los entienden o no tienen la competencia suficiente para cuidarlos.
A pesar de eso, una de las cosas favorables para la primera infancia es que, afortunadamente, la enfermedad ha demostrado que no es tan fuerte en niños y en adolescentes. Eso los protegió un poquito en términos de salud; habría sido una tragedia donde esta enfermedad hubiera atacado a los niños, esto habría sido complicadísimo. A pesar de eso, las angustias de los padres son transmitidas a los niños. La incertidumbre, la ansiedad, la falta de seguridad, y normalmente eso desemboca en una sobreprotección compleja.
Si al papá o a la mamá les cuesta trabajo adaptarse a esta nueva realidad, al niño, así le quede más fácil, le cuesta más trabajo también. Pero es muy real que evidentemente están en un proceso de aprendizaje y, si esto se decanta de una buena forma, para ellos va a ser mucho más fácil. La facilidad tecnológica de ellos es mucho más amplia, no es extraño para un adolescente que estemos hablando como estamos hablando ahora [a través de medios digitales]. Ahora es todo lo contrario, lo extraño es que nos encontremos, lo presencial.
En el otro extremo, que son los ancianos, ellos sí tienen una dificultad muy grande: han tenido toda una vida de un desempeño diferente: lápiz, papel, presencialidad, contacto físico… un montón de cosas que son muy complejas de cambiar, y con la gran desventaja de que sí son población de alto riesgo por la enfermedad. Las medidas se hicieron mucho más estrictas para ellos. Entonces a ellos, que les cuesta más trabajo adaptarse, les tocó o les ha tocado mucho más duro.
Yo escuchaba a un colega hace un tiempo haciendo una reflexión, a un colega ya mayor, que decía: “Mire, nos tratan como niños”, con la famosa revolución de las canas y todo esto sentían que era una situación discriminatoria y decían: “A ver, un momentito, nosotros hemos hecho el ejercicio de cuidarlos a ustedes, y les agradecemos que nos traten de cuidar, pero nos tratan como si no supiéramos cuidarnos en este momento”. Entonces es un tema bastante complejo y, sin duda, es más difícil la adaptación para ellos.
¿Cómo puede una persona que vive sola darse cuenta, sin subestimar los síntomas, de que el aislamiento está empezando a afectar su salud mental?
Es un punto supremamente importante porque, normalmente, el primer signo de alarma que aparece es ansiedad, lo que la gente llama usualmente estrés, que es angustia. Es una sensación de malestar y de temor permanente que no está relacionada con ningún tema que me ponga en esa situación. La siento permanentemente, no está relacionada con nada de afuera y no es un motivador para hacer cosas.
Uno a veces dice: “Bueno, tengo que entregar mi informe mañana”, y empieza como con cierta incomodidad… ¿cómo se me quita? Hago el informe y lo entrego. Pero cuando esa ansiedad, en lugar de servir como motor para hacer cosas o para estar atento, impide el desarrollo de la situación porque no me deja ni pensar, ni actuar, ni obrar, ahí yo tengo que prender las alarmas.
Otra cosa muy importante que se presenta en la mayoría de problemas es la falta de sueño. Entonces, la persona empieza a no dormir bien, cambia sus ciclos de sueño y vigilia, no puede descansar o el sueño no se vuelve reparador. Esos son los 2 primeros indicadores en los que yo prendo las alarmas.
Si empiezo a tener debilidad emocional, llanto fácil, ideas de ruina, de minsuvalía, de desvalimiento, “no valgo nada”, “no puedo continuar”, “no puedo seguir adelante”… eso se presenta un poco más adelante, pero también es un buen indicador de que las cosas no están funcionando bien.
Por supuesto, hay otra serie de síntomas mucho más severos, pero, en general, esos son los primeros que aparecen y uno tiene que prender las alarmas y decir “la cosa no está bien”.
La pandemia a acelerado procesos que bajo condiciones normales habrían tomado años. ¿Habrá sucedido lo mismo con conductas como al aislamiento social, dado que a pesar de compartir el mismo espacio, los individuos les prestaban más atención a sus celulares que a las otras personas, por ejemplo?
Ha habido varias reflexiones muy interesantes sobre ese punto, porque es profundamente controversial. Algo que paradójicamente criticábamos en un comienzo: por los medios digitales y todo ese tipo de comunicación estamos perdiendo la esencia de lo humano. La socialización de los seres humanos no es así, y era profundamente criticable. Algo que en algún punto se consideraba casi que era una ataque ahora se volvió un aliado para la supervivencia de la especie.
Ahora eso es lo que nos está salvando la vida, paradójicamente. Entonces, esas son cosas que, de alguna manera, se van a quedar, y creo que, de alguna forma, si se logra canalizar de buena manera, representa una nueva forma de vincularnos, una nueva forma de trabajar, de operar.
En medicina, particularmente en ciertas condiciones bastante ortodoxas, la telemedicina era mal vista, se hacía porque tocaba. Ahora es todo lo contrario: ¡bienvenida la telemedicina! Entonces, creo que lo que antes era una amenaza, ahora se volvió un salvavidas.
¿Quién sabe después? Porque esto todavía va a durar un tiempo más. Quién sabe después cuál va a ser el futuro, pero, sin duda, es muy posible que, si lo canalizamos bien, tengamos otra forma de vincularnos, ya no amenazante, sino socialmente válida. Este puede ser un salto un poco acelerado, estoy totalmente de acuerdo, pero finalmente, en algún punto se tenía que dar y, pues, esto lo aceleró.
¿Cómo se espera que se restablezca el proceso de generar nuevas interacciones sociales, frente al riesgo de contagio y ante la limitación que generan las normas de protección (incluso no poder ver la cara de las personas por el tapabocas)? ¿Preferimemos de alguna forma las relaciones que ya teníamos antes que generar nuevas?
Es bien complejo vaticinar finalmente qué va a pasar. Es cierto que normalmente terminamos compartiendo con un círculo bastante cerrado; es el círculo que tenemos de trabajo, o de estudio, o familiar, porque el otro, hasta cierto punto, se ve como un extraño potencialmente peligroso. Ahora hay que evaluar cuáles son sus hábitos de autocuidado, ¿cómo se cuida usted? Creo que eso va a mediar mucho las posibilidades de interacción, esa opción de ver si usted es ‘potencialmente peligroso’ en esos términos.
Seguramente la vacunación, que va a demorar un tiempo largo, también nos va a tranquilizar y va a volver a fomentar la interacción de conocer otras personas; pero eso, fuera de este vínculo a través de lo digital, es difícil. Igual, uno conoce gente diferente. Se ve parcialmente gente con o sin tapabocas a través de estos medios […] y, si bien no se da una relación profundamente estrecha ni de conocimiento absoluto, uno logra algún tipo de vínculo y más o menos va conociendo [más gente]. Creo que eso también se va fomentando. Así uno no se conozca o esté a kilómetros de distancia, eso es algo que se va a dar, finalmente.
Las protestas contra las medidas para evitar la propagación del COVID-19 usualmente se relacionan con la violación de los derechos individuales de las personas. ¿Nos falta pensar más como sociedad?
Uno puede hacer el análisis desde muchas perspectivas: políticas, sociales, de salud pública, y creo que todo tiene mucho que ver. Casi que una sola visión sería corta y por eso es tan complejo el fenómeno. Sin embargo, en términos de salud pública, esta enfermedad tiene una particularidad especial y son las personas asintomáticas, porque, normalmente, si la enfermedad diera síntomas a todo el mundo, sería mucho más controlable: “listo, yo tengo síntomas de gripa, chao, aíslate”.
Si yo soy asintomático y seguramente no me va a pasar nada a mí, ¿por qué tengo que ‘sacrificarme’ por los otros? Y eso tiene que ver mucho con el desarrollo social y cultural que estamos teniendo (es una opinión ya muy personal mía).
Ser gregario, lamentablemente, no es tan inherente al ser humano ahora. Ojalá uno tuviera un instinto gregario mucho más afianzado, pero ese casi que es un logro al cual no todo el mundo accede.
En términos de desarrollo psicológico, es mucho más precario. Como los niños chiquitos, que piensan en “mí”: yo como, yo juego, yo gano. Esto es solo mío y el resto del universo no importa. Ser gregario implica ser generoso, desarrollar la capacidad de reconocer al otro como importante, y no solo reconocerlo, sino considerarlo en ese sentido. Entonces, el límite, lamentablemente, es muy de lo ético.
¿Hay un límite ‘saludable’ para la virtualidad? ¿Un punto medio entre cuánto de mi vida debe ser virtual y cuánto debe desarrollarse en el mundo material?
Realmente suele depender mucho del avance de la pandemia y de las condiciones de salud pública, porque mientras la amenaza en salud pública se siga manteniendo, lo sano, finalmente, ese seguir manteniendo el distanciamiento físico, y esa va a ser la conducta sana.
Si se logra la inmunidad en un tiempo, indudablemente las cosas presenciales van a volver a tomar relevancia y, en la medida que eso se dé, con toda seguridad que vamos a volver a la interacción previa. Lo que sucede es que ya estas maneras virtuales de relacionarse, como le decía, seguramente no van a representar una amenaza, casi que no va a haber una competencia entre la una y la otra, sino que van a ser complementarias.
En términos de salud en general y de salud mental en particular, ¿la pandemia deja algo positivo?
Yo creo que la telemedicina ha sido uno de los grandes retos que aquí en Colombia venían hace un tiempo a paso de tortuga, y casi que todas las instituciones de salud del país, y quizá del mundo, han tenido que echar mano de ella sí o sí. No solo por un tema de mercadeo, sino fundamentalmente por un tema de cuidado de los pacientes. Entonces, ese, a mi juicio, ha sido uno de los grandes avances.
La salud mental tiene una gran ventaja con respecto a otras disciplinas médicas, en las que examinar a un paciente virtualmente es más difícil o no se puede. Examinar el hígado a ver si lo tiene inflamado o no… muéstreme unos exámenes y miro a ver. Aquí no, Si bien, por supuesto, no es lo mismo la interacción persona a persona, uno sí puede percibir emociones, puede dialogar.
En salud mental este tema de la telemedicina y, en general, de la telesalud, se va a posicionar muchísimo; y en salud mental nos va a ayudar también cantidades a poder trabajar de esta forma, de una manera realmente más efectiva.