Si se menciona la localidad de Ciudad Bolívar, ¿qué se le viene a la mente? Tal vez que es una zona de conflicto, de pandillas, violencia y que queda al sur de Bogotá.
Esta es la asociación que, por años, se ha hecho de esta zona, pero no como desde sus protagonistas; ellos cuentan otra historia de su barrio, de su entorno y de sus vidas. En este escenario el audiovisual entra como una poderosa herramienta de apropiación, de transformación y de creación de nuevos proyectos de vida.
Esta es la historia de Potocine, la primera sala de cine comunitario autoconstruida y autogestionada en el barrio Potosí, en el límite suroccidental de Ciudad Bolívar. Está hecha en guadua y policarbonato, permitiendo ver su estructura como un simbolismo: “para que la gente la pueda ver desde afuera”.
Pero más allá de las particularidades de su estructura, lo que llama la atención en este momento (dos años después de su inauguración) es lo que este espacio ha empezado a representar para una comunidad más que vulnerable, es una comunidad resiliente que hoy se siente orgullosa de ser ejemplo de cómo la innovación y la tecnología ha ayudado a transformar vidas en esta zona de la capital colombiana habitada por 713.764 personas y que abarca cerca de 130 kilómetros cuadrados.
Carolina Dorado, miembro de Sueños Films Colombia y facilitadora de la Escuela Popular de Cine, abrió las puertas de la Potocine a Impacto TIC y explicó que se trata de un espacio en continua construcción. Si bien fue inaugurada hace dos años (9 de octubre de 2016) y ha realizado alrededor de 6.000 muestras, “siempre hay algo por hacer o mejorar en ella”.
De Ciudad Bolívar para el mundo y viceversa
“Ser de Ciudad Bolívar genera discriminación en muchos casos”, explicó Dorado. Las personas a la hora de buscar trabajo prefieren cambiar la información de su lugar de residencia en la hoja de vida para no ser eliminadas de entrada. Con las producciones audiovisuales no había excepción: quienes hacían películas o cortos para presentar en convocatorias se encontraban en desventaja y eran eliminados automáticamente por ser de esta localidad y hacer cine comunitario.
“Y es que la gente sigue confundiendo lo que es el audiovisual comunitario. Por lo general, lo asocian -erróneamente- a algo de mala calidad, piensan que es un ejercicio mal hecho, y esto no es verdad”.
Para desmarcarse nació el Festival de Cine Comunitario Ojo al Sancocho, que anualmente recibe entre 300 y 400 propuestas de todo el mundo, y que se ha convertido en una valiosa oportunidad para que durante una semana el mundo le “eche ojo al sancocho que es Ciudad Bolívar”, una mezcla de personas de todo el país.
Aquí la tecnología, convertida en plataformas de difusión, es la principal protagonista, pues gracias a espacios como Youtube o Vimeo se pueden publicar películas; los participantes pueden enviar sus muestras por medio de WeTransfer, y en general el mundo puede conectarse al contenido hecho en Ciudad Bolívar.
Desde la Escuela Popular de Cine se trabaja bajo el principio de ¿qué recursos se tienen? y si solo hay un celular, con ese se hace la producción. Este principio se puede seguir en gran medida gracias a la innovación y la tecnología, que en la parte técnica ahora se hace más con menos.
“No tener no es una excusa. Con lo que tenemos, trabajamos. De nada sirve tener tecnología Full HD si no tiene un proceso y una historia. La herramienta no hace el producto, las historias sí. Gracias a este pensamiento ya hemos logrado consolidar una buena muestra de piezas audiovisuales hechas ciento por ciento en móviles”.
Soñar es resistir
El mensaje detrás de los proyectos relacionados con el Potocine y el Festival Ojo al sancocho es que se vale soñar, que se puede hacer algo diferente y que por el hecho de nacer o vivir en Ciudad Bolívar el destino no tiene que ser oscuro. La Potocine fue un sueño que se gestó hace más de 12 años y finalmente tomó forma, gracias al trabajo colectivo de Ojo al Sancocho, Arquitectura Expandida, el Instituto Cerros del Sur y el Museo de Londres, que lo apoyan entre muchos otros.
Alrededor también está la Escuela de Cine Popular, que tiene como una de sus misiones la democratización del audiovisual, es decir, que las comunidades sin importar sus condiciones económicas y los recursos con los que disponen, tengan acceso a formación y desarrollo de proyectos audiovisuales, haciendo especial énfasis en la parte técnica y narrativa.
“Gracias a todos estos elementos es que el audiovisual se ha convertido en una herramienta para que personas de Ciudad Bolívar puedan contarles a otros lo que pasa en su localidad. Sí, desde su propia sala de cine, su propio festival, sus propias historias y sus propias voces”.
Hoy en día, el poder alcanzado por el formato audiovisual en la población de esta localidad es enorme: no se trata solo de hacer videos por pasatiempo. El audiovisual se ha convertido en un facilitador para tratar temas delicados.
No se oculta que en Ciudad Bolívar siguen existiendo problemáticas sociales, pero se aceptan y se habla de ellas por medio de los cortos y películas que la comunidad produce.
¿Cómo hablar de que los jóvenes están desapareciendo? No es fácil, pero es una de las opciones que el audiovisual ofrece, así como Pixar se animó a hablar de acoso escolar, en Ciudad Bolívar habla de sus conflictos, los enfrenta y busca soluciones.
Es la función del cine comunitario: “Para mí es una herramienta que nos facilita acercarnos a una comunidad, permitiéndoles empoderarse y tener sus propias voces“, explica Carolina.
En la actualidad, aunque la formación en la escuela de cine es gran parte de labor, el objetivo es más ambicioso: no se trata solo de que aprendan a hacer películas, sino que se busca crear un espacio de empoderamiento y de transformación que permita generar nuevos proyectos de vida.
Es aquí donde surgen historias como las de Joel, un habitante del barrio que ya tiene claro que quiere ser director de cine; Michael que, aunque su afinidad no está con el audiovisual sino con el fútbol, contagiado en gran medida por todo este ambiente ha aprendido que debe luchar por sus sueños, materializando algunos de ellos al resultar becado en la escuela de formación del Real Madrid (Michael es el famoso niño que hizo llorar a Falcao).
Y un tercer caso es el de Luz Marina Ramírez quien a sus ya pasado 50 años, un día vio la publicidad de la escuela de cine y decidió unirse. Hoy, ya sobre los 60 años tiene su propia organización audiovisual: La Vereda Films, donde hace sus propios cortometrajes y es una de las mujeres empoderadas en el tema por la comunidad.
Luz Marina fue, en su juventud, una de las primeras mujeres ciclistas del país, pero por temas familiares renunció al deporte. En alguna etapa de su vida sacó tiempo y ayudó al proceso de construcción de Ciudad Bolívar de cuya experiencia le quedaron mil recuerdos y otros tantos registros que hoy constituyen uno de los archivos históricos más importantes de la localidad y material de alto valor para las producciones audiovisuales. La lección que deja Luz Marina es que tener un proyecto de vida no es solo para los jóvenes, sino que es para todos. “Como adultos, a veces tenemos que reencontrarnos con eso que amamos”, agregó Carolina.
Las historias muestran que vale la pena dejar de lado el imaginario que tenemos de Ciudad Bolívar y de muchas otras comunidades, así como la idea de que el cine comunitario es un ejercicio mal hecho. Una cámara, un teléfono, una historia, un personaje y una plataforma de difusión pueden dar vida a la innovación y ser más que suficientes para transformar vidas y generar impacto positivo en toda una comunidad.